martes, 3 de noviembre de 2015

La robótica del placer

Solemos decir que la tecnología debe estar al servicio de la humanidad, aunque a veces no queda del todo claro, sobre todo si en ese sentido hablamos de llegar con la robótica al máximo extremo, a la máxima frontera: cuando planteamos el contacto inmediato con ella, el encuentro sexual. Si los robots se crean para satisfacer nuestras necesidades habituales, ¿encajarían ahí también las sexuales?
Cuando nos planteamos inventos hoy en día hemos de ser especialmente precavidos y pensar que cuando nosotros vamos alguien (en plural) ya ha ido y ha vuelto. Y la creación de robots con la intención de satisfacer nuestros placeres de dos rombos no es ni mucho menos una excepción a esto.
Es por todos sabido que en la industria del sexo la tecnología lleva décadas existiendo, con gadgets exclusivos destinados a saciar lo que empezó siendo un recurso natural para perpetrar la especie y que antropológicamente hemos transformado en una necesidad individual y desligada a la procreación. Pero la incursión tecnológica va mucho más allá de sencillos dispositivos vibradores, los robots “enteros”, los humanoides propiamente dichos, también tienen ya su recorrido.
El germen del humanoide sexual viene, ni más ni menos, del nazismo, aunque no eran robots propiamente dichos. Al parecer, Heinrich Himmler, jefe de las SS, llevó a cabo el Borghild Field-Hygiene Project, que consistía en la construcción de unas “muñecas sexuales” con tal de frenar el número de casos de sífilis provenientes de los escarceos de los soldados con prostitutas francesas.
Borghild Project
Este proyecto, considerado Geheime Reichssache (algo así como “más secreto que top secret”), consistía en la construcción de tres modelos de muñeca de distintas alturas y pechos “redondos y abundantes” a petición de las SS, según Arthur Rink, su escultor. Se le preguntó a la actriz coetánea Käthe von Nagy si podían tomar su imagen para estas particulares muñecas, a lo que ella se negó.
A finales de los años 70 aparece la primera aproximación a un robot sexual con 36C, la muñeca autómata que diseñó y construyó la extinta empresa británica Sex Objects Ltd., cuya ejecución no fue ni mucho menos tan buena como su idea inicial, quizás adelantada al nivel tecnológico del momento.
La C36 resultó la bancarrota de la empresa que la gestó, aunque no en vano. Aquella máquina cuyo cerebro se basaba en un microprocesador de 16 bits asentó las bases de un nuevo concepto de androide que uniría finalmente la robótica con la potente e imparable industria del sexo.
Tras una mayoría de robots con apariencia femenina, se acuñó entonces el término “ginoide” (es decir, robots antropomórficos con apariencia femenina) en contraposición a la palabra “androide” que estrictamente se refiere a un humanoide con apariencia masculina (aunque en la actualidad se use indistintamente). Una mayoría que se explica debido a que el contexto en los que estos humanoides nacieron era de igualdad de género aspiracional (aún más que ahora) y tras la resaca de tiempos discriminatorios.
Desde aquella C36 tendrían que pasar algunas décadas para que se consolidase una alternativa que cumpliese de manera modesta los términos de robot sexual idealizados tanto por los creadores, ya con la idea de que hubiese algún componente de inteligencia artificial, y los usuarios futuribles. ¿Las claves? Además de la evolución tecnológica y cada vez mejores materiales, había que cubrir otro aspecto: las sensaciones.
Esto es lo que planteó de manera más superficial en el caso de Aiko, un proyecto de un humanoide de aspecto femenino que vino con la controversia bajo el brazo al incluir sensores en los pechos y “ahí abajo”, tal y como se expresa el propio creador, el Dr.Te, en el fragmento donde intentó prevenir la polémica:
"Es posible el uso de Aiko como acompañante. Aiko tiene sensores de sensibilidad en cara y cuerpo, incluyendo pechos e incluso ahí abajo. Puede diferenciar entre ser tocada de manera amable o ser estimulada. Sé que he causado controversia al colocar sensores en las zonas privadas de Aiko. Pero quiero dejar claro que no intento jugar a ser Dios, sólo soy un inventor, y creo que estoy contribuyendo al avance de la ciencia".
Por el momento aún no existe el humanoide capaz de estimular al usuario y al mismo tiempo emular en respuesta las sensaciones y los posibles sentimientos que implica el acto sexual en nuestra especie. Pero sí existen opciones y proyectos de cara a construir este concepto de androide sexual, partiendo de ejemplos como las Fembot japonesas (que pueden alquilarse), con inteligencia artificial y un logrado aspecto humanoide.
Quizás la aproximación más cercana y más reciente al compañero sexual robotizado (en su versión femenina) son las RealDoll, con las que su creador Matt McMullen logra una aproximación lo más cercana posible al coito real atendiendo a los puntos erógenos y trasladando en la medida de lo posible la manera de estimularlos a la maquinaria de estos robots, que además son altamente personalizables (como alto es su precio, entre 5.000 y 10.000 dólares).
¿Qué podría representar el hecho de poder sustituir el componente humano por completo en el 50% de un encuentro sexual? Esto, de momento, es un planteamiento que parece ser utópico. Pero dado el estado actual de este concepto de relación y su aparente evolución en sinergia al avance tecnológico que lo permita, cabe plantear las consecuencias que derivan de la posibilidad actual de las relaciones robot-humano, es decir, la satisfacción física puntual y voluntaria del componente humano.
Se recupera entonces aquella idea primigenia de Himmler con las Borghild para las SS, ya que una de las ventajas de las que se habla es la reducción de la prostitución y por ende una bajada de la incidencia de enfermedades de transmisión sexual. Planteamientos que no se sostienen demasiado si se tienen en cuenta los altísimos precios que estos humanoides pueden alcanzar, y el hecho de que, como toda máquina, requieran un mantenimiento, lo cual sería a su vez clave para frenar el contagio de estas enfermedades.
También se contemplan en el plano terapéutico e incluso didáctico, porque qué mejor solución a la ausencia de compañía o a la inexperiencia que un compañero hecho a la carta. Un robot con inteligencia para conversar (una extrapolación a los actuales chascarrillos de Siri o Cortana) y que además esté preparado mecánicamente para suplir al compañero sexual. Es entonces cuando se abre la veda a las implicaciones psicológicas y a esa costumbre tan humana de rebasar los límites.
Ante la predicción de que aproximadamente en 2025 las relaciones robot-humano sean una realidad que se está generalizando en el gremio de la robótica, surgen los planteamientos éticos como el hecho de que puedan alimentarse conductas patológicas como la pedofilia, como apunta en unas declaraciones Ronald Arkin, experto en robótica del Instituto de Tecnología de Georgia en Atlanta.
Veremos si con el paso de los años el sexo con robots, como el sexo por internet, llegará a sustituir al natural y a cambiar aún más el paradigma de las relaciones.

Fuente: Xataka