martes, 20 de junio de 2017

TERCERA PARTE: EL ENSAYO (II)


Fui corriendo a por los dados y puse en marcha el ordenador para que leyese las bases del juego. Ella se sorprendió al ver que ya tenía los dados. Los había conseguido en una tienda de “frikis”, en la que todos me miraron con extrañeza al verme entrar, seguramente porque pensaban “el abuelo se ha perdido”.  Elegí estos dos colores porque desde que nacemos, la sociedad parece que tiene el color azul asociado a los chicos y el rosa para las chicas, pero a mí no me gustaba el color rosa. Además pensaba que el rojo siempre era más erótico.
Le expliqué que se trataba de interpretar el personaje que designara un número de los dados y que dicha tarea igualmente le tocaría hacer a uno u otro según decidieran los dados: par para la mujer, por quitar la connotación machista “con dos cojones”, porque al fin y al cabo las mujeres tienen dos tetas y como dicen, “estiran más dos tetas que dos carretas”. El número impar quedaba asociado en el pene, como una cosa incompleta si no tiene donde meterse. Ella prefirió ir directamente al grano y lanzar los dados antes de leer. Una vez el azar decidiese el número del personaje, ya veríamos cuál era. Casualmente preguntó por la sumisión sin saber de su existencia.
Lanzamos el primer dado. Número par. Le tocaba representar a ella. ¡Bien! ¡Yo estaba de suerte! Lanzamos el segundo dado y lo creáis o no, casualmente salió el personaje de sumiso. Lo cierto es que a mí no me gustaba demasiado este papel, pero una película lo había puesto de moda y quizá era conveniente su existencia.  Leímos mi esbozo y le dije que ahora disponía de 48 horas para prepararlo y representarlo, pero ella prefirió hacer la representación. “¡Mejor! ¡Sexo ahora!”, pensé yo con ganas de acción.
Nos desvestimos y una vez más embelesé con aquel cuerpo lleno de curvas, con carne a la que agarrarse, suave, mullido, completamente hechizador. Para mí voluptuosa es la palabra para definir la mujer perfecta y ella lo es. Era toda mía. Podía pedirle lo que yo quisiera, pero me quedé en blanco, hechizado únicamente con su contemplación. No sabía de qué manera comportarme como amo. No me gustaba nada, pero tenía claro que quería placer y que ella me lo diese ya. ¿Y qué mejor para empezar que se arrodillara y se metiese mi pene en la boca? Quería una buena mamada.